Y esos grandes accionistas, directores, ejecutivos y demás ralea de los altos vuelos empresariales practican un absoluto desprecio hacia los bienes comunes y hacia los servicios públicos, generando aún más desigualdad. Son los promotores de los falaces mensajes de que "lo gratis no funciona", "lo público es insostenible", y demás lindezas por el estilo.
Claro, ellos y ellas no necesitan los servicios públicos, y la insolidaridad rezuma por los poros de sus pieles.
Los multimillonarios y sus familias disfrutan de una vida más larga y saludable que los trabajadores y trabajadoras que laboran en sus empresas, sometidos al chantaje, a la presión y a la precariedad impuesta por sus jefes y jefas.
Los grandes gerifaltes empresariales no necesitan ni seguros médicos ni hospitales públicos.
Un CEO (director ejecutivo, según sus siglas en inglés) vive un promedio de diez años más que un trabajador y disfruta de veinte años más de condiciones de vida saludable.
Por eso los vemos trabajar con 70 o más años, porque su mundo es un mundo de garantías, no de incertidumbres, es un mundo de placeres, no de necesidades, es un mundo de satisfacciones, no de precariedad.
Los multimillonarios y sus familias disfrutan de accesos privilegiados a las escuelas y a las clínicas más prestigiosas, y sus parejas suelen ser igualmente personas privilegiadas y bien conectadas con las que unen sus inmensas fortunas, multiplicándolas y acumulándolas para sus sucesivas generaciones, inculcando en las mismas ese culto a la desigualdad.
Y así, los grandes imperios empresariales forjan imperios aún más grandes. Pero no se debe en la inmensa mayoría de casos, como ya adelantábamos en la entrega anterior, a su especial inteligencia o dedicación.
Se debe a que disfrutan de un mundo capitalista y globalizado pensado para ellos, para perpetuar y aumentar sus riquezas, para incrementar sus privilegios, para mejorar su imagen social.
Su riqueza les permite comprar una cobertura de prensa favorable, incluso servil, y les garantiza el acceso a los voceros, abogados y defensores más influyentes, para encubrir y disfrazar sus malas prácticas, sus abusos y sus estafas.
A su vez contratan a personal intermedio con dotes de mando para que se ocupen de crear nuevas formas de recortar los salarios, de incrementar la productividad y de asegurarse de que las desigualdades se profundicen aún más.
Bancos, tecnologías de la información, fábricas, alimentos, artefactos, laboratorios farmacéuticos, hospitales, etc., están directamente relacionados con las élites políticas que se deslizan por sus puertas giratorias, y de donde se nutren para sus fichajes.
Si existen grandes empresarios que se alejen de este perfil que estamos describiendo, lo celebramos.
Precisamente, trabajamos por un mundo donde la iniciativa empresarial se limite a una competencia limpia, sin agredir ni depredar al mundo laboral, ni a la naturaleza, ni al resto de animales.
Trabajamos por un mundo donde a los empresarios también les preocupen las desigualdades, y a los cuales también les importe el bien común, y no estén pensando continuamente en destruirlo.
Trabajamos por un mundo donde los empresarios también comprendan que sus asalariados/as también tienen derecho a vivir unas vidas dignas, como sus jefes, directivos y accionistas.
Ojalá llegue el momento donde podamos contar todo eso. Pero desgraciadamente, en pleno siglo XXI, estamos a años luz de dicho escenarios.
Y naturalmente, los multimillonarios están detrás de los idearios políticos más reaccionarios y neoliberales, hasta llegar al fanatismo, siendo los ponentes de las propuestas y medidas más antisociales que podamos imaginar.
Estos grandes empresarios suelen comprar a las élites políticas, que incorporan en sus programas las medidas para congelar o reducir los salarios, recortar las obligaciones de las corporaciones, diseñar propuestas legislativas favorables para sus empresas, y aumentar sus ganancias privatizando empresas públicas, y facilitando los traslados y deslocalizaciones de las mismas a terceros países con salarios e impuestos más bajos.
Ese "mundo global" que ellos defienden es el mundo creado a su imagen y semejanza, que magnifica su poder, que anula sus fronteras en beneficio de sus empresas, que anula barreras a su expansión, que elimina leyes que les estorban, y que mientras permiten todo ello, exprimen cada vez más a los trabajadores y a la naturaleza.
A la vez que ellos consiguen todas estas ventajas y privilegios, la clase trabajadora es empujada cada vez más a la precariedad, a la inestabilidad laboral, a la incertidumbre vital, a la pobreza, a la miseria, al exilio, a la desesperanza, a la exclusión social y a la muerte. La arquitectura de la desigualdad consagra todas estas reglas como destino inevitable, y además, pretende que lo veamos como algo natural, para lo cual no existen alternativas.
La clase capitalista "global" (es decir, la surgida de esta maligna globalización), como un todo, tanto la local, como la nacional y la internacional, persiguen las mismas políticas regresivas, promoviendo las desigualdades en su incesante y demencial lucha por incrementar sus ganancias.
"En 2016 la multinacional petrolera Repsol obtuvo unos beneficios netos de 1.736 millones de euros, el resultado más brillante del último cuatrienio. Los ingresos de los próceres de la entidad caminaron por la misma senda.
El consejero delegado, Josu Jon Imaz, percibió 2,9 millones de euros; el presidente de Repsol, Antonio Brufau, 2,75 millones de euros y los miembros del consejo de administración de la petrolera se repartieron 12,75 millones de euros. Repsol es un ejemplo de esplendor en el IBEX-35 (índice de referencia en la bolsa española).
Otro es el Banco Santander, que en el primer trimestre de 2017 alcanzó unos beneficios netos de 1.867 millones de euros, un 14% más que los tres primeros meses de 2016.
Las remuneraciones de la cúpula directiva son tan pingües como las de la entidad financiera.
La presidenta, Ana Botín, percibió 7,37 millones de euros en 2016; el sueldo del vicepresidente, Rodrigo Echenique, se situó en 3,8 millones de euros, y el consejo de administración obtuvo retribuciones por un valor de 25,8 millones de euros".
Mientras, asalariados, parados y pensionistas tienen que mendigar por subidas insignificantes, y la mayoría de ellos no pueden desarrollar un proyecto de vida mínimamente digno.
Extrapolado al ámbito internacional, las cifras son mareantes. Sólo daremos el siguiente dato: durante el año 2015, las diez mayores empresas del mundo obtuvieron una facturación superior a los ingresos públicos de 180 países juntos.
¿Es o no aberrante esta desigualdad? ¿Es sostenible un modelo de sociedad como el que describimos?
Y por si alguien, queridos lectores y lectoras, os continúa insistiendo en que las fortunas inmensas de estos grandes empresarios se hacen "poco a poco", "con esfuerzo y gran trabajo", "con un enorme sacrificio", vamos a demostrar lo contrario. Y hemos dicho, y no es una errata, VAMOS A DEMOSTRAR. Así, tal como suena.
Y si de números hablamos, las cosas sólo se pueden demostrar matemáticamente.
Y es que simples operaciones matemáticas demuestran, como estamos contando, que la combinación entre los años trabajados (empleados en crear su imperio empresarial) y los beneficios que honestamente se pueden obtener anualmente, no pueden dar como resultante una fortuna de decenas de miles de millones de euros.
Es simplemente IMPOSIBLE.
En el caso de Inditex (extrapolable por supuesto a otros muchos) hemos de considerar la existencia de sus fábricas en Pakistán, Bangladesh y la India, donde la ropa que se confecciona en talleres situados en estos países procede de mano de obra esclava, con salarios miserables, que sólo permiten a sus operarios alimentarse para poder continuar trabajando al día siguiente.
Pero en nuestras tiendas en España, resulta que mientras la compañía obtenía 3.157 millones de euros de beneficios durante el año 2016 (un 10% más que el año anterior), los empleados de tiendas de Madrid y León tuvieron que ponerse en huelga porque sus salarios permanecían en estado de latencia o hibernación.
Vaya, que no aumentaban ni un euro.
A todo ello hay que añadir que la empresa abusa de la contratación a tiempo parcial, y se niega a poner solución al extenso abanico de dolencias profesionales que afectan a aquéllos que trabajan para la compañía.
Las matemáticas no fallan. ¿Tendría Amancio Ortega la misma fortuna si no evadiera impuestos, si pagara salarios decentes y la justa protección social a sus trabajadores, si no deslocalizara sus empresas, y si no abusara de un mercado laboral ya de por sí precario? Seguro que no.
Arquitectura de la Desigualdad (83)
En lo que sigue tomamos datos, informaciones y conclusiones de dicha fuente.
Hoy por hoy, Estados Unidos sufre el mayor índice de desigualdad, la tasa de mortalidad más alta, el modelo de impuestos más regresivo, y el mayor sistema de subsidio público a banqueros y multimillonarios que ningún otro país capitalista. Es, también, por antonomasia, el país más dominante, intolerante, agresivo y belicista del globo.
¡Toda una joya a imitar!, para sus amantes, que además tienen la osadía de calificarlo como una "democracia avanzada". Pues bien, la primera pregunta que se hace Petras en su estudio es:
¿Cómo los multimillonarios llegan a serlo? Los adalides del neoliberalismo más reaccionario nos responderían enseguida a esta pregunta replicando: ¡Con trabajo y con esfuerzo!
Pero esto es, simplemente, mentira.
Una mentira como la copa de un pino. No me resisto a traer aquí a colación las palabras de todo un Premio Nobel de Economía, como Joseph Stiglitz, quien ha afirmado:
"El 90% de los que nacen pobres, mueren pobres por más inteligentes y trabajadores que sean, y el 90% de los que nacen ricos, mueren ricos por más idiotas y haraganes que sean. Por eso, deducimos que la "meritocracia" no tiene ningún valor". Por tanto, seamos justos y realistas.
La evasión impositiva, en todas sus formas, es una de las fuentes más constantes de la riqueza de los multimillonarios.
En este sentido, remito a mis lectores y lectoras al bloque temático anterior, donde hemos hablado profundamente de los paraísos fiscales.
Contrariamente a lo que afirma el conjunto de la propaganda mediática favorable a los negocios, entre un 67 y un 72% de las corporaciones no pagan ni un euro (ni un dólar) después de los créditos y exenciones fiscales que reciben (debido a las regresivas reformas fiscales que ponen en marcha sus gobiernos), y si han de pagar algo, se acogen a los múltiples mecanismos de ingeniería fiscal para evadir o eludir el pago de los correspondientes impuestos.
Mientras, los trabajadores y trabajadoras que se emplean en dichas empresas pagan entre un 25 y un 30% de sus ingresos en impuestos. James Petras estima en un exiguo 14% la tasa de impuestos que pagan las corporaciones que pagan (valga la redundancia).
Según datos del Servicio de Renta Interna de EE.UU. (IRS, por sus siglas en inglés), el cómputo de la evasión impositiva de los multimillonarios asciende a 458.000 millones de dólares al año, lo que supone casi un billón de dólares en pérdidas para las arcas públicas cada dos años.
Las corporaciones más grandes de Estados Unidos guardan más de 2,5 billones de dólares en paraísos fiscales del exterior, donde no pagan impuestos o los pagan bajísimos de menos del 10% de tasa impositiva.
Mientras tanto, las corporaciones estadounidenses en crisis se beneficiaron de ayudas públicas por valor de más de 14,4 billones de dólares (sólo una de ellas, la consultora Bloomberg, solicitó 12,8 billones), procedentes de fondos combinados entre el Tesoro y la Reserva Federal, es decir, dinero de los contribuyentes estadounidenses, que en su mayoría son trabajadores, empleados y jubilados.
Los banqueros que se beneficiaron del rescate con dinero público invirtieron los préstamos sin interés o con bajas tasas de interés y ganaron miles de millones, la mayor parte de los cuales procedieron de ejecuciones hipotecarias de viviendas de la clase trabajadora.
Así, a través de resoluciones judiciales favorables y lanzamientos hipotecarios ilegales, los banqueros desalojaron de sus casas a 9,3 millones de familias durante estos años de crisis. Más de 20 millones de personas perdieron sus propiedades, a menudo por deudas ilegales o fraudulentas.
En este sentido, hay que denunciar que las personas físicas no disponen del marco legal tan favorable a la hora de liquidar sus deudas como las personas jurídicas (empresas y corporaciones), que poseen más posibilidades de negociación y liquidación.
Cuando todo se destapó, y las autoridades ordenaron investigaciones, una pequeña cantidad de estafadores financieros (incluyendo ejecutivos de los principales bancos de Wall Street, tales como Goldman Sachs, J.P. Morgan y otros) pagaron multas, pero nadie fue a la cárcel por el gigantesco fraude que provocó la miseria de millones de estadounidenses. De nuevo, la desigualdad estaba servida.
En este caso, al contrario que en la crisis (el famoso crack) de 1929, los banqueros y grandes empresarios no se arruinaron ni se tiraron por las ventanas de sus despachos, porque en esta ocasión habían aprendido a hacerse ricos (incluso en plena crisis) a costa de la precariedad, de la miseria y de la pobreza de los demás.
El caso de Estados Unidos también es "modélico" por la insuficiente sindicación del mundo del trabajo, y por la estrecha complicidad de los gobernantes con los postulados de las grandes corporaciones, formando una identidad de objetivos casi perfecta.
Los multimillonarios de conglomerados comerciales como Walmart explotan a sus trabajadores/as pagándoles salarios de auténtica miseria y con muy escasa protección social.
Precariedad, individualismo, pobreza, inseguridad, insatisfacción, temporalidad e inestabilidad son rasgos casi constantes en la clase obrera estadounidense.
La mayor "potencia mundial" proyecta y despliega de esta forma una desigualdad aberrante entre sus clases sociales, pero también entre sus clases étnicas: los multimillonarios blancos, chinos e indios explotan a trabajadores afroamericanos, latinos, vietnamitas y filipinos.
Los afroamericanos y los hispanos son los que más padecen este infierno terrible de las desigualdades.
El caso de Walmart es especialmente sangrante.
Esta cadena distribuidora a gran escala es una de las corporaciones más agresivas del mundo hacia sus trabajadores/as.
Walmart obtiene 16.000 millones de dólares de beneficios al año gracias a que sólo le paga a sus trabajadores/as entre 10 y 13 dólares por hora, y dependen de la asistencia estatal y federal para que le brinde a las familias empobrecidas el servicio Medicaid y cupones para alimentos.
Medicaid es un programa creado por la Administración Obama que provee servicios médicos a las personas de recursos limitados.
Cofinanciado por el gobierno federal y los gobiernos estatales, es administrado por cada Estado, el cual posee amplio poder de decisión para determinar quién puede ser beneficiario del programa.
Lejos de mejorarlo y completarlo, la actual Administración Trump pretende abolirlo y volver a la situación anterior de desprotección absoluta. Por su parte, el fundador de Amazon (la mayor cadena mundial de distribución por Internet), Jeff Bezos, explota a sus trabajadores pagándoles 12,5 euros por hora, mientras él ha acumulado más de 80.000 millones de dólares en ganancias, y es una de las mayores fortunas del mundo.
El CEO de la empresa UPS gana 11 millones de dólares por año (casi a millón por mes) explotando a sus trabajadores/as con un salario de 11 dólares/hora. El CEO de Federal Express, Fred Smith, gana 16 millones de dólares anuales y le paga a sus trabajadores/as 11 dólares por hora. Podríamos poner muchos más ejemplos, pero creemos que la cosa está clara.
Desde los artículos del primer bloque temático de esta serie, veníamos afirmando hasta la saciedad que para que haya ricos tiene que haber pobres, que son dos caras de la misma moneda, que ambos extremos se determinan, y hemos puesto infinidad de ejemplos al respecto, y lo hemos argumentado desde múltiples puntos de vista.
James Petras, por su parte, afirma que "La desigualdad no es un resultado de la "tecnología" ni de la "educación" --eufemismos contemporáneos que alimentan el culto de superioridad de la clase dominante-- como les gusta decir a los economistas y periodistas liberales y conservadores.
La desigualdad es el resultado de los salarios bajos, las enormes ganancias corporativas, las estafas financieras, la evasión impositiva multimillonaria y la entrega de miles de millones del tesoro público a las corporaciones".
La tecnología, la educación, el saber hacer, el trabajo duro, la innovación, las capacidades, el esfuerzo personal, el riesgo, etc., son las típicas excusas con las que la clase dominante impone una visión legitimada de la desigualdad, pero no pasan de ser excusas, y lo estamos demostrando.
Falacias para justificar su visión de una sociedad no equitativa, injusta, desigual, salvaje y desproporcionada, aberrante y despiadada, como la que está siendo proyectada.
El primer paso es comprender sus excusas y falacias (aún nos quedan algunas por desmontar), antes de poder echar abajo todo su andamiaje, y poder proyectar otro modelo de sociedad.
Arquitectura de la Desigualdad (82)
Viñeta: Dariusz Dabrowski
Los dueños del capital no tienen color de bandera: su único himno nacional es el billete de banco, que se tiñe de rojo (sangre) cuando alguien se les opone
Marcelo Colussi
Los grandes agentes empresariales también diseñan sus propios foros mundiales, donde se suelen reunir anualmente para intercambiar sus experiencias, planes y opiniones. Quizá el más famoso de todos sea el denominado "Foro de Davos" (por celebrarse anualmente en dicha ciudad suiza), considerado el gobierno mundial de los negocios. Como nos cuenta Alberto Acosta en este artículo para el medio digital Rebelion.org,este Foro Económico Mundial fue fundado en 1971 por Klaus M. Schwab (Profesor de Negocios Internacionales en Suiza).
Este foro reúne en enero de cada año a diversos representantes de organismos internacionales (FMI, BM, OMC, OCDE...), diversas organizaciones políticas, económicas y sociales a nivel mundial, junto a diversos líderes empresariales, políticos, periodistas e intelectuales seleccionados por los propios organizadores del evento.
Este Foro de Davos organiza charlas, talleres, mesas redondas, coloquios, presentaciones, discusiones y banquetes donde los más poderosos del mundo (y sus temibles voceros y vasallos) buscan "soluciones" a los problemas globales que ellos mismos van creando y diseñando.
En palabras de Alberto Acosta: "Problemas a los cuales aplican viejas recetas, imposibilitando cualquier auténtica solución. Y luego de una parafernalia inútil, prometen volver el próximo año a seguir pensando y discutiendo sobre esas grandes soluciones que ocultan sus reales intenciones".
Bien, la pregunta que podemos plantear es la siguiente: si comparamos los planteamientos y decisiones que se puedan adoptar en Davos con (por ejemplo) las que se puedan adoptar en las sesiones de la ONU...¿cuál de las dos creen los lectores y lectoras que pesarían más?
No creo que ningún lector o lectora haya sido tan ingenuo/a como para pensar que pesan más las de la ONU. Porque la triste realidad es que Davos influye más en los destinos del mundo que muchas cumbres de Naciones Unidas, incluyendo sus Asambleas anuales, lo cual demuestra hasta qué punto los intereses del capital mundial pesan más que los intereses de los Estados, naciones y países del mundo.
Y al igual que Davos, muchos otros foros internacionales se celebran en diversos sitios del mundo, donde los más poderosos del globo se reúnen para proteger sus privilegios y asegurar la acumulación de sus capitales, buscando siempre nuevos espacios de enriquecimiento, nuevos modos extractivistas para atentar contra la naturaleza, nuevos nichos de negocio, nuevas formas cada vez más sofisticadas para exprimir a los mercados, y nuevos dogmas neoliberales que exploten a los trabajadores y trabajadoras, creando más desigualdad entre ricos y pobres.
Y mientras pergeñan sus malvados planes de "austeridad" (un eufemismo que esconde el proyectado empobrecimiento de las mayorías sociales) para las poblaciones de los países, ellos (los dirigentes de estos foros y sus asistentes y representantes y voceros) estudian cómo incrementar sus ingresos, y beneficiarse de cada vez más ventajas económicas, fiscales y presupuestarias.
Según su memoria anual de 2013, el Fondo contaba con un presupuesto de 740 millones de euros y el 80% estaba destinado al pago de su plantilla de 2.400 empleados y el 10% para gastos de viajes.
La actual Directora Gerente del FMI, la francesa Christine Lagarde, ostenta el sueldo más elevado de todos los personajes que dominan el mundo.
Controla el dinero que los países aportan a la institución y determina quiénes, cómo y cuándo lo recibirán.
Esta mujer lleva años predicando la reducción salarial de los trabajadores, pero desde que llegó al cargo, se incrementó el sueldo en un 11% (que hoy supera los 450.000 euros anuales), mientras los supervisores y gerentes reciben más de 300.000 euros y los directores ejecutivos unos 180.000 euros.
A su elevado sueldo se suman algunas ventajas adicionales, pues al ser francesa y presidir un organismo internacional con sede en Estados Unidos, no tiene necesidad de declarar impuestos en ningún país, y dispone de un suplemento para gastos de representación que era (hace 6 años) de 58.000 euros exentos de tributación.
El FMI reserva para los gastos personales de su Presidente/a un fondo que asciende a unos 65.000 euros al año, destinado a que mantenga un nivel de vida "apropiado" a su posición.
Siempre debe viajar en primera clase y tiene derecho a una pensión vitalicia del 60% del sueldo cobrado, que además aumenta en función del tiempo ocupado en el cargo.
Concretamente, desde el 2011 (cuando llegó a la dirección) ha recibido más de 2,2 millones de euros. Otro de los cargos más potentes es el del Presidente del Banco Central Europeo (BCE).
Cuando comenzó la crisis en 2007, el cargo tuvo un incremento salarial del 2,6% y fue subiendo paulatinamente en 1,9% en 2008, 2,5% en 2009, 2% en 2010 y 0,8% en 2011 y 2012, mientras predicaban por tierra, mar y aire la austeridad más férrea para la clase obrera y los sectores más vulnerables de las poblaciones. Desigualdad obscena, pero además proclamada y descarada. Desigualdad abierta y sin tapujos.
En la actualidad, el ex Presidente del BCE, Jean Claude Trichet, recibe un sueldo anual de 367.800 euros libres de impuestos.
Por su parte, el Vicepresidente del BCE de entonces, Víctor Constancio, recibió en 2013 un salario de 324.214 euros, y Mario Draghi, al frente del BCE, ganó alrededor de 389.000 en 2016, un 1% más que en 2015.
Las mejoras también se han aplicado a los sueldos del resto de los miembros del Consejo Ejecutivo del BCE, que vieron incrementarse sus salarios a 270.168 euros anuales.
La estructura salarial del Banco Central Europeo prevé que sus ejecutivos perciban prestaciones por residencia y representación. El Presidente dispone de una residencia oficial propiedad del BCE para su uso particular, a la par que los miembros del Consejo Ejecutivo cuentan con derecho a representaciones tanto por residencia como para educación de sus hijos/as, así como deducciones fiscales para sus planes privados de pensiones y seguros médicos.
Los salarios de todos los empleados del BCE han continuado subiendo durante todos estos años de crisis-estafa, durante los cuales el BCE era, al igual que todos los demás organismos e instituciones, otra correa de transmisión para la imposición del neoliberalismo más descarnado en todos los países europeos, en detrimento de las clases populares, y para el apoyo, rescate y enriquecimiento de las grandes empresas y de los más ricos y poderosos.
Desigualdad explícita y declarada. Desigualdad institucional. Desigualdad escrita negro sobre blanco en los Tratados europeos que vinculan y limitan las funciones y responsabilidades de todos estos organismos, para que hagan exactamente lo que tienen que hacer en pro de legitimar, aumentar y perpetuar esta criminal desigualdad.
López Blanch finaliza su artículo en los siguientes términos: "De esta forma se demuestra la incoherencia entre las drásticas medidas de austeridad que imponen esas instituciones y organismos financieros a los gobiernos y trabajadores del mundo mientras sus empleados y funcionarios incrementan anualmente sus salarios".
Escudándose en viejos dogmas del neoliberalismo más atroz, cuyos fracasos han sido demostrados por activa y por pasiva cientos de veces, y cuyas recetas económicas han sido ampliamente superadas en diversos estudios de economistas mundiales de prestigio (incluyendo a varios Premios Nobel de Economía),
estos guardianes del capitalismo globalizado, expresado en los Foros Económicos y en estas perversas instituciones, diseñan de forma macabra toda una serie de planes enfocados maliciosamente a proyectar las desigualdades, a destruir el poder de las clases obreras en todos los países del mundo, y a instalar las desigualdades sin posibilidad de retorno.
Se aseguran mediante múltiples mecanismos de chantaje que sus vasallos gobernantes obedecerán sus órdenes, y como mucho, cada cierto tiempo publican informes donde reconocen ciertos "errores" de planteamiento, mientras continúan recomendando la salvaje "austeridad" que conduce al empobrecimiento masivo.
Es hora ya de plantar cara a estas abyectas instituciones, es hora de rebelarse ante sus dictados y sus normas, de desobedecer los tratados europeos, y de no asumir los planes y recetas económicas diseñadas por los más poderosos, esos que mientras recomiendan leyes de austeridad (incluso a niveles constitucionales), gozan y disfrutan de vidas lujosas y de ingresos desorbitados plenamente garantizados de por vida. ¿Puede existir mayor vergüenza?
Arquitectura de la Desigualdad (81)
Desde el 2008, el conjunto de empresas españolas ha reducido en 9.800 millones de euros su contribución al PIB, soporta 32.200 millones de euros menos en costes laborales y distribuye unos 20.900 millones de euros más en dividendos
Lina Gálvez
Como estamos viendo en este bloque temático, que apenas hemos introducido, regular a las empresas se ha convertido en un desafío global para poder revertir la arquitectura de la desigualdad, y defender de esta forma los derechos humanos. La tendencia hacia la que nos lleva esta arquitectura de la desigualdad laboral es hacia una mayor desregulación de los mercados, y una aberrante mercantilización del trabajo humano, que ahora se ha convertido en "empleo", al cual se le ha despojado de todas las características propias que le conferían una mínima dignidad. La tendencia es hacia la precarización absoluta del mundo laboral, lo cual se manifiesta en bajos salarios, escasa o nula protección social, muy alta temporalidad, y una inestabilidad general que imposibilita cualquier proyecto de vida mínimamente digno. Mientras, los beneficios empresariales crecen de forma exponencial, y las normas que regulan sus actividades se vuelven cada vez más laxas. La única solución a esta peligrosa deriva es poner fin (o al menos recortar) el enorme poder corporativo, desmantelar su inmenso grado de influencia, y diseñar mecanismos para intentar establecer marcos normativos que las empresas tengan que obedecer globalmente. Básicamente, de lo que se trata es de crear normas que obliguen a las empresas a respetar los derechos humanos de forma íntegra. La lucha es difícil en este ámbito, ya que durante los últimos 40 años, en el seno de las Naciones Unidas, no han dejado de proponerse mecanismos legales para que este organismo apruebe normas internacionales de carácter vinculante para las grandes corporaciones.
Como nos cuentan Erika González, Pedro Ramiro y Juan Hernández Zubizarreta en este reciente artículo, el primer intento en dicha línea se presentó en la década de los años 70 del siglo pasado, con el encargo de elaborar un código de conducta obligatorio para estas compañías, y la creación de instancias que tenían por objeto el seguimiento de sus actividades. Veinte años después no había ni código ni instancias. Todo fue desmantelado por las presiones y la oposición de las potencias económicas y los lobbies empresariales más potentes, como la Cámara Internacional de Comercio o la Organización Internacional de Empleadores. En su lugar, la ONU creó el Global Compact, basados en códigos voluntarios de conducta. En cuanto a países concretos, destaca la negativa permanente de Estados Unidos, que se ha negado sistemáticamente a reconocer cualquier votación que aprobara mecanismos para el control de las actividades empresariales. Y por supuesto, los países de la Unión Europea tampoco están por la labor. Los autores del artículo de referencia vislumbran un duro camino, aunque dibujan la senda de las alternativas y posibilidades: "La apuesta, entonces, puede dirigirse a seguir potenciando lógicas contrahegemónicas en lo local, regional, nacional y global. Algunos buenos ejemplos en este sentido son las alianzas frente a los acuerdos y tratados de comercio e inversiones, frente a las privatizaciones y por la remunicipalización de los servicios públicos, el apoyo a la huelga global de las mujeres y la lucha contra la Organización Mundial del Comercio. Todo ello, sin renunciar a la aprobación de normas internacionales de carácter obligatorio".
Hay que fortalecer el potencial del Derecho Internacional sobre los Derechos Humanos, poner límites al enriquecimiento de las élites económicas (esto requiere a su vez actuar en varios frentes alternativos), y resquebrajar el poder de la aplicación de los tratados de libre comercio, y demás normas de comercio e inversiones. Pero frente a todo ello, frente a cualquier avance en este sentido, nos encontramos siempre con el enorme poderío de las grandes empresas transnacionales, muchas de las cuales manejan unos beneficios superiores al PIB de algunos Estados. Una idea fuerza que puede dar muy buen resultado es introducir cláusulas de control en los contratos que las empresas firmen con las Administraciones Públicas (a cualquier nivel), obligando en cierta forma a que éstas den garantías de un trato respetuoso con los derechos laborales, con el medio ambiente, incluso previendo la posible cancelación de los contratos cuando las compañías vulneren dicho comportamiento. La senda es fortalecer el discurso social, difundirlo por todas las vías posibles, canalizar por la vía institucional el recorte del poder empresarial, y crear leyes, convenios, normas y acuerdos a través de los cuales podamos controlar con más garantías el perverso funcionamiento de las grandes empresas. En una palabra: acabar con el nuevo imperialismo que representan estas élites económicas, a las que parece que nadie detiene. Ambos conceptos van de la mano, pues es un hecho demostrado que cuanta más riqueza se posee, más poder se necesita para su protección, defensa y ampliación. Recomiendo a los lectores y lectoras que no la hayan seguido, la consulta al primer bloque temático de esta serie (los primeros artículos de la misma), donde hablamos extensa y profundamente sobre los ricos y su poder.
Jesús González Pazos lo ha explicado brillantemente en este artículo para el medio digital Rebelion.org: "...lo que señalan muchos indicadores es que la hegemonía y el control del poder ya no necesariamente se basan en el dominio territorial directo según el modelo tradicional. Al contrario, el eje central hoy sería la acumulación y concentración de poder en manos de quienes ya disponen de una insultante acumulación de capital, es decir, en las élites económicas, y esto indistintamente de su adscripción estatal, nacional o identitaria". Y así, lo importante hoy día es la concentración de riqueza en manos de poderosas empresas transnacionales de toda índole (bancarias, financieras, extractivas, de seguros, de construcción, farmacéuticas, químicas, etc.) que, desde sus respectivos Consejos de Administración (sus élites), definirán las políticas, las directrices económicas, los intereses de desarrollo, las reformas legales preferidas, etc., hasta condicionar la vida de millones de personas por todo el mundo, además de la del propio planeta en que habitamos. Es quizá la forma más extrema e insultante de la arquitectura de la desigualdad. Por todos es sabido hasta qué punto un número muy reducido de empresas transnacionales controlan hoy día la economía mundial, dictan sus prioridades y evolución, diseñan y protagonizan los más grandes foros económicos, y están presentes en los principales centros de decisión y de poder. Y por supuesto, estas mismas empresas son las que explotan y precarizan más a sus trabajadores y trabajadoras, las que más violan las leyes internacionales, las que más desprecian los derechos humanos, las que más destruyen el medio ambiente, y las que más crímenes económicos cometen. ¿Alguien da más? Desigualdad en estado puro.
Y por otra parte, no nos engañemos: es innegable el paralelismo que se viene dando desde los últimos años acá entre la pérdida de soberanía de los Estados (es decir, el deterioro de la democracia) y el aumento del poder de estas grandes corporaciones. Tomando de nuevo las palabras de González Pazos: "Así hoy las grandes decisiones que se necesitan y urge tomar, como acuerdos contra el cambio climático o garantías sobre la sostenibilidad de la vida, pasando por el devenir de las guerras o los procesos de empobrecimiento de millones de personas, deben atravesar primero por el tamiz oculto de los Consejos de Administración de las grandes empresas que deciden hasta dónde se puede llegar en las principales leyes nacionales o en los acuerdos y tratados internacionales sin poner en grave riesgo sus objetivos, principios y beneficios". Para conseguir este fin, otra valiosa estrategia que utilizan estos gigantes económicos es poner de su lado a los serviles gobernantes, que en lugar de representar a sus pueblos y al conjunto de su sociedad civil, se convierten en auténticos vasallos al servicio de estas corporaciones. De esta forma, lo típico actualmente es encontrarse con políticos que dicen defender y proclamar el interés general en sus elocuentes discursos públicos, mientras a la hora de la verdad se alinean con los intereses de sus grandes empresas. Y una manifestación palpable de todo ello son los continuos procesos de privatización de servicios y bienes públicos que estos gobernantes ponen en marcha, para favorecer los intereses de sus grandes aliados empresariales. Por último, este nuevo imperialismo de las élites económicas también está detrás de las deudas de los Estados, de los Golpes de Estado llamados "blandos" (como los ocurridos en diversas variantes en Honduras, Paraguay, Brasil, etc.), y de la destrucción de los recursos naturales que destrozan la vida de comunidades indígenas, o que destruyen la sostenibilidad de los ecosistemas naturales. Continuaremos en siguientes entregas.
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